52 «Que tus ojos estén abiertos a las súplicas de tu siervo y a la
súplica de tu pueblo Israel, para escuchar todos sus clamores hacia ti.
53 Porque tú los separaste para ti como herencia tuya de entre todos
los pueblos de la tierra, como dijiste por boca de Moisés tu siervo cuando
sacaste a nuestros padres de Egipto, Señor Yahveh.»
54 Cuando Salomón acabó de dirigir a Yahveh toda esta plegaria y
esta súplica, se levantó de delante del altar de Yahveh, del lugar donde se
había arrodillado con las manos extendidas hacia el cielo,
55 y se puso de pie para bendecir a toda la asamblea de Israel,
diciendo en alta voz:
56 «Bendito sea Yahveh que ha dado reposo a su pueblo Israel, según
todas sus promesas; no ha fallado ninguna de las palabras de bien que dijo
por boca de Moisés su siervo.
57 Que Yahveh, nuestro Dios, esté con nosotros como estuvo con
nuestros padres, que no nos abandone ni nos rechace.
58 Que incline nuestros corazones hacia él para que andemos según
todos sus caminos y guardemos todos los mandamientos, los decretos y las
sentencias que ordenó a nuestros padres.
59 Que estas palabras con que he suplicado ante Yahveh permanezcan
día y noche junto a Yahveh, nuestro Dios, para que dé lo justo a su siervo y
justicia a su pueblo Israel, según las necesidades de cada día,
60 para que todos los pueblos de la tierra sepan que Yahveh es Dios y
no hay otro,